Trazo Vegetal

que une a la obra de Ciudad Abierta

Al recorrer los terrenos bajos de Ciudad Abierta, desde la entrada hasta la Hospedería de La Cruz de los Vientos, se transita a través del sendero construido que permite el marchar entre las obras de Ciudad Abierta. Este sendero margina un horizonte vegetal. Éste horizonte, desde ahora “trazo vegetal” le da forma al sendero y a su vez une visualmente las obras de Ciudad Abierta.

El pintor Eugenio Delacroix solía decir: “La Naturaleza es un diccionario”. Pienso que un diccionario tiene palabras impresas, tiene páginas, tiene ilustraciones, tiene tapas, tiene empaste; en fin, tiene todos los elementos gráficos con los cuales se construye y constituye un libro; sin embargo, no es un libro. Aún más, es muy posible que para escribir un libro haya que consultar alguna vez un diccionario, pero tal como ya lo afirmamos, éste, no es un libro. Cuando era joven y asistía a los cursos de la Escuela de Bellas Artes para copiar una figura desnuda, aprendí a dibujarla, pero nunca una figura es una escultura. La gran dificultad estriba en pasar del estudio, al arte. Lo que ocurre, en la gran mayoría de los casos, es que se confunde el estudio con el arte. El estudio será siempre naturaleza, es decir, diccionario. El arte es siempre construcción, es decir, libro. La construcción es siempre obra, es decir, abstracción. ¿Qué construye una obra abstracta? MUNDO. ¿Qué significa MUNDO? Sin olvidar su oscura etimología: sentido de orden, pulcritud, limpieza. ¿Qué sentido tiene MUNDO? Sólo uno: la fiesta. MUNDO, en nuestra concepción, es el “lugar natural” de toda construcción. Por “lugar natural” entendemos aquel que es abierto por la fiesta, el artificio, como lugar originario de reunión de todas las construcciones de travesía. Acto de la contemplación del espacio y tiempo de la escultura. Claudio Girola, 1985

Este trazo vegetal posee una dinámica que se recogió en el dibujo rápido. De esta manera se configuró una trama que con los distintos elementos que la componen dibujan una línea única que se interrumpe al aparecer la obra, la cual detiene tanto a quien recoge la trama como a quien recorre Ciudad Abierta. Esta interrupción se da de manera armoniosa, casi fundiéndose con lo natural sin dejar de tener su propio lenguaje que en la dinámica del dibujo es demorado.

La interrupción, que es mucho más que la mera traslación o mero intercambio de la posición de las palabras dentro de la sintaxis, como habíamos visto antes, o la alteración de la sucesión de los períodos; la interrupción la tengo que inventar y tiene que ser coherente en su incoherencia; como la arbitrariedad de determinar un punto o pausa, en el ejemplo anterior, para que permita la constitución de un marco de referencia lógico donde yo pueda decir "cómo", "por qué", "de qué modo", etc. Teoría de la interrupción. Godofredo Iommi, 1985

Esta trama recogida es próxima debido a su diálogo con el sendero. En ella se observan las ramas y arbustos bajos, las docas y el follaje de los árboles. Estos elementos aparecen como capas que se distinguen por una abstracción de su forma y que en el juego de la yuxtaposición dibujan el camino, el sendero. La abstracción se realiza para distinguir cada elemento de este trazo. Para esto se nombra cada elemento con una unidad de dibujo y un color. Siendo las docas unas ‘comas’ color caoba, los arbustos una expresión lineal café, y el follaje arabescos verde. Esto permite recorrer este camino a partir de sus unidades (distinguiendo cada elemento) o en su conjunto (a través de la yuxtaposición de estos).

Volvamos a esos visitantes de esta Ciudad Abierta: la mayoría de ellos la recorren con esa capacidad tan actual para abocarse en una tarde, en una cuantas horas, a algo que toca la sensibilidad, particularmente en este caso en que intentamos ser ciudad, y en que los visitantes acaso, por ello, vienen con un aire semejante al con que se atraviesan las grandes metrópolis en la confianza que ellas les mostrarán en un instante toda su vida urbana. Así, en la Ciudad Abierta, se es tocado por su ubicación, el tamaño del terreno, el suelo de arena. Es que se está ante lo abierto por actos poéticos. Así, Amereida no sólo señaló una ubicación junto al mar sino junto al Océano Pacífico, cuya vastedad no indica sólo lo aún no conocido de él, sino una presencia de lo desconocido mismo. Por eso, él lanza al interior del continente a otro desconocido: “Mar Interior” lo llama Amereida. Luego estamos ubicados entre dos mares, en una situación sin revés ni derecho. Por eso, el terreno se extiende unos tres kilómetros por la playa y haciendo un triángulo prosigue por dunas de arena y remonta el faldeo inicial de la Cordillera de la Costa, invitándonos a atravesarla de vértices a vértices. En una suerte de travesía al modo de aquella que Amereida ve para este continente y de lo cual llevó a cabo la inaugural: de Tierra del Fuego a Santa Cruz de la Sierra, su capital poética. Travesía que permite reparar que una ciudad se distingue de una aldea, en que ir de una parte a otra en la ciudad – no en la aldea – es ocasión de percibir una presencia de lo desconocido: terreno de tamaño para ciudad, es así el nuestro. En buena parte de él su suelo es arena; los actos poéticos dicen que ella no es agua ni tierra, que está a merced del viento, que es en sí misma y que se la tiene por estéril pues nos deja en la intemperie borrando toda huella; la arena nos advierte, así, de no radicarnos en conocimientos adquiridos que vengan a filtrar lo que estemos por conocer, vale decir, nos advierte de esa disponibilidad o continuo, incesante volver a no saber que no es – se entiende – permanecer e ignorancias, sino la postura que oye y rima la palabra poética. Por tanto, las arenas de este terreno no son concebidas como playas asignadas a una recreación entendida como distensión del trabajo, en que ésta es cada vez mayor a medida que crece el ocio que proporcionan las máquinas. En cambio, por ese incesante volver a no saber, que es el cabal sentido de la recreación, cada vez que levantamos un edificio, vacilamos. Porque nos decimos que podemos estar rompiendo la virginidad de la arena, la del terreno entero. Dicha vacilación no debe ser tenida por sentimientos anhelantes de simbolismos, pues no debe mirarse desde la pérdida de lo virginal, sino por el contrario, desde la construcción que sabe ganar una virginidad. La Ciudad Abierta la abren poetas que cantan la virginidad de la poesía. Ubicación sin revés ni derecho, en tamaños de travesía, asentada sobre la condición de la arena significa para los visitantes esa acogida que las metrópolis dispensan, pero en nuestro caso con hospitalidad. Se trata, entonces, de una extensión que da cabida a otro. Ubicación, tamaño y suelo del terreno dan, así, hospitalidad a los arquitectos que han de edificarlos; los actos poéticos inauguran dichas faenas con una palabra: lo impuntual. Esto no quiere decir otra cosa que se está bajo la abundancia en un sol que otorga a cada lugar dentro del terreno una igual plenitud; por ello la multiplicidad de lugares no es dispensante; así, el que hoy se levanten aún pocas construcciones y mañana muchas, no pone en juego la presencia de lo que es íntegramente abierto. Consecuentemente, las relaciones entre los lugares y edificios no son otras que aquellas de ser travesías al modo de Amereida, y bien se entiende, el terreno se basta a sí mismo; el ser atravesado por el camino y la línea del tren (a Quintero) no le revelan nada. Es que la hospitalidad – eso nos enseña la Ciudad Abierta – requiere de una ubicación que se acomode sobre sí misma con su tamaño y su suelo. Así “la extensión da cabida”. Nota 2, De la Utopía al Espejismo. Godofredo Iommi, 1983

Finalmente se hace referencia a la unión ya que esta interrupción se da en acuerdo con lo natural permitiendo reconocer a Ciudad Abierta como un horizonte continuo de naturaleza vegetal que aparece con lo construido del sendero e interrumpido armónicamente por la construcción de la obra.